Wesleyanismo y arminianismo

“Si alguien dice ‘Ese hombre es arminiano,’ el efecto que producen estas palabras…es el mismo que si hubiera dicho ‘Ese perro está rabioso.’” Así escribió Juan Wesley en un breve ensayo titulado “La pregunta ‘¿Que es un arminiano?’ contestada por un amante de la gracia.”  Pero hoy, tal vez muchos nos preguntemos, “¿Qué es un arminiano?” y “¿¡Por qué parece ser algo tan peligroso?!” 

En la historia de la teología wesleyana, el término arminianismo, sobre todo en contraste con el calvinismo, siempre ha levantado polémica y confusión.  Hasta en las iglesias hoy en día, aún sin conocer estos términos, se siguen debatiendo las doctrinas que representan.  Para aclarar este asunto, no hay mejor fuente que el ensayo de Wesley, que se puede encontrar en el Tomo 8 de las Obras de Wesley.   Jacobus Arminius fue un pastor y teólogo en Holanda a finales de los 1500s y principio de los 1600s.  En ese momento, algunos seguidores del reformador Juan Calvino habían transformado algunas ideas de él en doctrinas muy rígidas.   Estas trataban de la soberanía absoluta de Dios, la depravación total del ser humano aparte de Dios, la predestinación de Dios de los salvos y los condenados, y la gracia irresistible de Dios en la vida humana.  Arminio, firme seguidor de Calvino, estudió estas doctrinas endurecidas a la luz de la Biblia, y concluyó que no presentaban a un Dios de misericordia, ni tampoco el papel de la gracia activa en la vida humana.   Casi doscientos años después, este debate seguía presente en el movimiento wesleyano, y Juan Wesley se vio obligado a aclararlo en su ensayo.

Para Wesley (y antes Arminio), la gran declaración divina de predestinación es que todo aquel que crea en Cristo y los méritos de su Cruz, recibirá la salvación eterna.  El ser humano sí está completamente depravado, hasta que la gracia de Dios despierta su corazón.  La salvación es completamente una obra de Dios; el ser humano no puede reclamar ningún mérito.  Pero sí podemos cooperar con Dios en nuestro proceso de salvación, aunque sea solo con decirle “Sí, creo.”  Con esa misma libertad, el ser humano también puede decirle “no” a Dios, y aún los creyentes pueden escoger rechazarle y “naufragar” en su fe.  

Estos son asuntos de gran peso, pero Wesley no quería que sirvieran para fomentar la intolerancia entre cristianos.  Termina su ensayo con un llamado al conocimiento mutuo y el rechazo de estereotipos ignorantes.  Debemos todos aprender más sobre este debate, pero siempre con amor hacia los que mantienen opiniones diferentes.

Anterior
Anterior

El bautismo en el Espíritu