¡Viva el populacho!

Parte central de nuestro trabajo como Instituto es proveer recursos de alta calidad a la gran familia wesleyana. Por eso nos alegra poder presentar muy pronto el libro "Wesley para teólogos laicos", del Dr. William Abraham. Corto y accesible, este libro ofrece una perspectiva fresca sobre los fundamentos del pensamiento wesleyano. Hoy queremos dar un anticipo de su contenido, con un extracto sobre un tópico siempre relevante: Wesley y la clase trabajadora. Se habla a menudo de los trabajos de él a favor de los marginados, pero aquí el autor nos presenta otra fuente de la idea igualitaria de Wesley. Justo antes de estas lineas, el autor está hablando de idea del testimonio del Espíritu Santo como derecho de cada creyente. Continua así:

Es importante ver que esta doctrina sutil del testimonio interno del Espíritu Santo tenía consecuencias sociales profundas. Por decir una cosa, funcionaba como un gran “nivelador” entre las clases sociales. La gente del populacho podía saber que eran hijos de Dios. Este estado sobrepasaba cualquier otra designación que podríamos nombrarles. Era mejor y más elevado ser un hijo/a de Dios que ser una princesa, o un miembro de la clase alta, o un académico, o el favorito en la oficina, etc. Una de las mujeres de la clase alta de esa época sí entendía el mensaje. Según escribió a una amiga [la Duquesa de Buckingham a la Lady Huntington, gran amiga de los metodistas]:
"Le agradezco a su excelencia la información concerniente a los predicadores metodistas. Sus doctrinas son de las más repulsivas y fuertemente teñidas de una impertinencia y falta de respeto hacia sus superiores, al constantemente intentar nivelar todos los rangos y erradicar toda distinción. Es una barbaridad que le digan a uno que tiene el corazón tan pecaminoso como cualquier desdichado común que se arrastra sobre la tierra. Esto es algo altamente ofensivo e insultante, y me pregunto por qué a su señoría le encantaría un sentimiento tan opuesto al alto rango y la buena educación."

Así que, en el corazón de la visión que Wesley tenía de un cristiano, estaba la emancipación de los estereotipos y las cadenas de la sociedad convencional. No sorprende el que Wesley encontraba una audiencia ya preparada entre los que estaban en la parte baja de la cadena alimentaria. La gente encontraba un sentido de dignidad que era excitante y liberador. Otra consecuencia se manifestaba en el culto. Los que experimentaban a Dios en esta manera eran exuberantes en su adoración y alegres en sus reuniones. Los himnos de Carlos Wesley eran una ayuda tremenda en este punto. A lo largo de su vida, escribió unos siete mil himnos y poemas. Estos les daban a los cristianos promedios tanto un juego de conceptos par describir su experiencia, como una manera común para agradecerle a Dios juntos. Durante sus tiempos de alabanza, a los primeros metodistas les encantaba escuchar testimonios de los logros espirituales de otros y felizmente compartían sus propias historias como una manera de alentar a los que todavía buscaban la fe.

Este extracto demuestra que aunque a veces veamos a Wesley como un ministro erudito de la clase alta de su época, él tejía en la tela de su movimiento algunos conceptos con potencial revolucionaria. Había tantas formas en que la sociedad inglesa en tiempos de Wesley excluía y menospreciaba a muchas personas: por su raza, género, trabajo, estatus social, etc. Pero el movimiento wesleyano les decía que Dios quería prender un fuego en sus corazones, y que ese fuego era igual para todos. Les decía que sus vidas le importaban a Dios, y les daba una voz y un espacio para expresar lo que Dios había hecho para ellos.

"Cuánto más cambian las cosas..." La realidad para la clase trabajadora en tiempos de Wesley es nuestra realidad también. Tristemente, una vida en las márgenes es el pan de cada día para millones en las Américas. Lo más triste sería que las iglesias imiten y reproduzcan los hábitos de exclusión. En particular para los que valoramos la herencia wesleyana, el reto es asegurarnos de que nuestro mensaje dé vida y dignidad, y que nuestros cultos y actividades fomenten la participación y la inclusión. Si es así, podemos hasta reírnos de las palabras arrogantes y ofendidas de la Duquesa de Buckingham, y con ganas podemos replicarle, "Su señoría, ¡viva el populacho!"

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