La salvación por la fe

Aquí presentamos nuestra adaptación del Sermón 1 de Juan Wesley, “La salvación por la fe.” Es una versión reducida del texto original en un lenguaje contemporáneo. Esperemos que sirva de entrada para leer el sermón original, el cual se puede descargar aquí como parte del Tomo 1 de las Obras de Juan Wesley.

Efesios 2:8 – “Porque por gracia son salvos por medio de la fe.”

Todas las bendiciones que Dios nos ha dado vienen únicamente de su gracia generosa, y completamente inmerecida. Por su gracia Dios nos creó y aun nos da vida, y nada que hagamos jamás puede merecer esa gracia.

¿Pues con qué podemos expiar el menor de nuestros pecados? ¿Con nuestras propias obras? No. Por muchas y santas que sean, no son nuestras sino de Dios, ya que nuestros corazones están completamente corrompidos. Así, solo podemos callarnos delante de Dios.

Pero lo increíble es que Dios muestra su amor para con nosotros en que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros. Así que, por gracia somos salvos, por medio de la fe.  La gracia de Dios es la fuente de nuestra salvación, y nuestra fe es la condición de recibirla.

Ahora, para poder entender mejor, debemos preguntar qué es la fe que salva, y qué es la salvación que esta fe trae.  Vamos a ver estos dos puntos, y terminar contestando algunas objeciones.

Primero: ¿cuál es la fe que trae salvación? No es la fe mínima en un dios creador, un ser celestial que quiere que hagamos cosas buenas y no malas. Tampoco es la fe de un demonio, capaz de gritarle a Jesús, “Sé quién eres, el Santo de Dios”. Hasta el Diablo cree que Jesús es el Hijo de Dios, pero por eso tiembla. Ni siquiera es la fe de los apóstoles mientras Jesús vivía en la Tierra, porque ellos mismos admitían que necesitaban más fe. 

Entonces, ¿cuál es la fe que salva? Es la fe en Cristo, pero con el corazón y no solo la cabeza. Es decir, la fe cristiana no es solo estar de acuerdo con todo el Evangelio de Cristo, sino también tener una plena confianza en la sangre de Cristo.  Es la fe que entiende los méritos de la muerte de Jesús, y el poder de su resurrección. Tiene una esperanza firme en él y descansa en él como nuestra vida.

Segundo, ¿qué es la salvación que resulta de esta fe? En primer lugar, es la salvación de nuestros pecados, y es posible y accesible en esta vida. La Biblia nunca pone límites a esta salvación. Jesús nos salva del pecado original y actual, pasado y presente, de la carne y del espíritu – nos salva de toda esta culpa. No tenemos que vivir apenados por las cosas que hicimos antes. Dios ha pasado por alto los pecados del pasado. Y como dice Pablo en Romanos 8, si tú estás en Cristo hoy, no hay ninguna condenación de Dios.

Por eso podemos vivir libres del temor.  Ya no sentimos el miedo de un siervo, esperando el castigo de su amo enojado.  Ahora tenemos un espíritu de adopción, no de esclavitud.  Tampoco debemos temer perder nuestra salvación.  Es posible, sí. Pero valen más las muchas promesas de Dios para los que creen, promesas selladas por el Espíritu Santo.

Pero esta salvación es más grande aun. También es salvación del poder del pecado en nuestras vidas.  Como dice en 1era de Juan, todo aquel que cree es nacido de Dios, y no practica el pecado.  Los pecados habituales, los pecados voluntarios, los deseos pecaminosos – todos pueden ser superados en la vida de los que creen en Jesús.  Ellos buscan constantemente la voluntad santa y perfecta de Dios. Y cuentan con la gracia de Dios para sofocar cualquier cosa opuesta a esa voluntad.

Tal es entonces la salvación por medio de la fe: una salvación del pecado y de sus consecuencias.  Esto es lo que significa la palabra “justificación”. Este es el nuevo nacimiento, tener una nueva vida que está escondida con Cristo en Dios.

Ahora, a veces hay algunas objeciones a todo esto.  Se dice que predicar así menosprecia las buenas obras y la santidad. Pero respondemos que una persona justificada, confiando únicamente en la sangre de Cristo, cumple con todo lo que él pide y hace buenas obras con su poder. Y una persona justificada así no puede ser arrogante o engreído. Todo lo contrario. Tiene una gran humildad porque sabe que todo viene como don de Dios. Sabe que de nosotros no viene nuestra fe ni nuestra salvación. Don es tanto la fe que salva, como la salvación que Dios une a esa fe.

Uno dirá, “pero si no puedo hacer nada para Dios, me desespero”.  Pues, ¡sí! Por favor, ¡desespérate! Deja de engañarte, pensando que algo puedes hacer para Dios. Más bien ríndete y recibe el consuelo que te ofrece un Dios amoroso. Hay un consuelo alto como el cielo y más fuerte que la muerte en saber que si crees en Jesús no serás avergonzado.

Y por último, algunos dicen que no debemos predicar la salvación por fe como doctrina principal, o tal vez no a todo el mundo. Bueno, ¿a quién no vamos a predicárselo? ¿A quién vamos a dejar fuera? ¿A los pobres? Estos tienen un derecho particular a que se les predique el evangelio. ¿A los niños? “Dejen que los niños vengan a mí,” dijo Jesús. ¿A los pecadores? Menos todavía. Jesús vino a llamar, no a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento.  Entonces, si vamos a excluir a alguien, tendrá que ser a los ricos, los letrados, los de buena fama, los de alta moral. Cierto que ellos muchas veces se excluyen a sí mismos al no oír. Pero no, no podemos excluir a nadie de esta predicación, ya que Jesús nos manda a predicar a toda criatura.

Así que, ¡sal entonces, tú pequeño que crees en él!  Aunque eres débil como un niño recién nacido, el hombre fuerte no podrá contigo. Tú le vencerás, lo dominarás, y lo pisotearás debajo de tus pies, porque marchas bajo la dirección del gran Capitán de tu salvación. ¡Ahora gracias sean dadas a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!

Anterior
Anterior

El casi cristiano

Siguiente
Siguiente

Diez años del Instituto